viernes, 22 de agosto de 2008

Las reglas del desierto



A muy pocos kilómetros de Zaragoza comienza un desierto grande y raro. Los Monegros, los olvidados Montes Negros de mi alma, el único paisaje que es realmente mío. Estepa que contempla con la misma vieja indiferencia los diez grados bajo cero que los cuarenta grados a la sombra, cuando hay alguna sombra que llevarse a la cara. Por encima de la tierra devastada, por debajo de un cielo incontestable que parece asolar toda esperanza y muy lejos de benévolos paisajes, rebulle un hervidero de vida y de silencio, una extraña manera de agarrarse a la dudosa suerte de estar en este mundo. Hasta esa consideración es gratuita, un exceso de niña malcriada. Ni un gesto de más ni un ademán de menos. La seriedad que quiero habita en cada araña y en cada una de sus telas densas y resistentes, tan engañosamente delicadas que, cuando llueve, atrapan el agua más violenta con su fuerza flexible y forman collares alambicados, propios de una princesa a la que nadie espera (pues no hay nadie esperando y quien no espera sabe que no sólo no existe esa princesa, sino que nunca viene a este desierto). Abalorios de perlas de agua sobre los hilos hechos en sus entrañas negras: los collares de lluvia y telarañas son joyas para nadie.

Pero no hay raíz más tenaz, ni romero más intenso, ni manzanilla más pura, ni tomillo más fragante que éste que sobrevive entre la nada, con una aristocracia de planta olorosa por derecho propio y de sangre tan azul como el reflejo del imposible verde de sus hojas, que no llegan a ser exactamente hojas, sino filos estoicos de olor denso. Cuando quiero tener entre mis dientes un poco de pureza sin contradicciones, muerdo siempre una fruta de secano. Su esfuerzo no es inútil ni orgulloso, es la increíble pulpa fabricada con sed y con sudor, bella porque sí y punto (a veces muerto).

Y junto a todos los puntos muertos del camino, junto a las arañas y las princesas insubsistentes, hay a veces chillones girasoles de estío, ejércitos vencidos en otoño. Los extraños fardachos vigilan sus derrotas, vestigios del estupor de aquellos inmensos dragones de los cuentos, que se han hecho al tamaño de la supervivencia; lagartijas de medio kilo, impasibles y lúcidas, con su algo de mercenarias y de bestias comprensivas que leyeron a Arquíloco y sueltan sus escudos sin dar explicaciones porque la vida es siempre lo importante. Y no tienen remordimientos pero tampoco ganas de ironías. Los fardachos de aquí entienden hasta la saciedad y hasta la soledad más absoluta ese ritmo del hombre que Arquíloco cantaba, yo lo creo, pues saben cómo tratarlo: se esconden ciegamente de sus pasos. Y nunca se entristecen demasiado ni entienden la alegría sino como una loca extravagancia de los que tienen tiempo y paisaje para ensueños más bellos que la vida, y acaso más importantes que mantener el corazón en marcha hasta que no se pueda y por ninguna otra razón dejar de hacerlo.

Cuando la escasa lluvia se convierte en tormenta, en tromba de agua o pedregada infame, este cielo vuelve a inventar un gris que nunca habíamos visto, un agujero profundo y asustador de buitres y de quebrantahuesos audaces que han olvidado serranías y alturas y planean por estos enormes descampados de nubes. Ese cielo lleva en sí su amenaza y su paciente fin del mundo y se burla del temor de los vivos con alguna esquina que brilla claramente por un sol irreal de puro intenso. Las águilas reales lo acarician, y sojuzgan desde arriba la inquietud que su sombra produce sobre el llano. El cielo agita el miedo de conejos y zorros esteparios. En el cielo entero vive el desconcierto del más y el menos y la certeza de que quien manda, manda. Y el cielo manda sobre los Monegros.

Si me da la tristeza y la manía grandilocuente de hacer poemas, recuerdo que yo también soy de esta tierra y que no hay que llorar más de lo imprescindible. Me miro en el espejo y me sonrío, sin mucha confianza y sin pasarme, el gesto suficiente que te afirma y te dice quién eres entre mil quinientas dudas

A veces imagino que un predicador absurdo, escapado de una película del oeste y de alguna religión falsaria, con su levita negra y su barba extranjera, va paseando su biblia por este hermoso infierno con la excusa de dar esperanza a las arañas. Pero ellas están tan inmunizadas contra la esperanza como incapacitadas para el desconsuelo. Bajo las piedras, los alacranes se aburren de escucharlo y las culebras más descreídas del mundo esperan que anochezca. Y sobreviven no se sabe bien cómo, pues todas las rendijas de las catedrales de arena donde se esconden y el suelo donde encuentran sus humildes guaridas, no cuentan con la protección de raíces suficientes que sujeten la exagerada bendición del golpe de agua. Y entonces, tristemente, la tierra se hace barro y sus rendijas, antes de dilatarse y encharcarse, se tragan esa lluvia y se la llevan hacia capas inútiles y profundas mientras la superficie de su piel se dispone a agrietarse nuevamente. El charco se hace barro; y el barro, tierra prieta, porque el sol, tan atroz como el cielo y todas las tormentas, insiste en caer de lleno sobre las humildes llanuras sin defensas. Llanura impenitente o suaves lomas que jamás se atreven a contestar al cielo y nunca terminan de levantar sus picos hacia el viento.

Mirada desde lejos es una inacabable tortura horizontal de tierra seca; desde cerca, una piel llena de arrugas hondas, un rostro del que alguien expulsó la vanidad a navajazos largos. Pero en su dureza es una tierra viva y dignamente amarga, con su monotonía desmentida con razón matemática por cerros bajos y barrancos, por las praderas de amapolas en mayo y su mar amarillo de hierba seca en los veranos; por los curiosos tonos de la muerte fingida y el frío arrasador en los inviernos. Para quererla bien hay que mirarla muchas veces. Y hay que pensar en ella. Recordarse en la magia imbebible de sus balsas, paraísos de ranitas alegres a montones, remansos de agua y limo que alguna vez saben a sal y confunden otras lluvias más dulces.

Adoro esta tierra, la quiero con toda mi alma, me rompe el corazón y me desquicia y, al mismo tiempo, guarda la única paz que tengo. Más terca que las flores del desierto, de ahí nace la raíz que me sujeta. Y en ella encuentro la infinita paciencia y el extraño consuelo que me ofrecen sus ermitas perdidas. Cómo decirlo y enviar de viaje hacia los otros esta caravana de sentimientos, caravana sin sedas ni camellos, sin dunas y sin príncipes, sin cuentos orientales que distraigan su ritmo limpio de latido y nada más. Pero también, sobre todo, sin traicionarla y convertir mi amor en otra cosa: el absurdo orgullo de patriota de pueblo que me canso de ver y jamás siento.

De aquí partieron muchos peregrinos hacia Roma, puede que demasiados, y no siempre volvieron. El horizonte sigue siendo una larguísima pregunta y el mar una neblina suave que invade de vez en cuando el pensamiento, una furia distinta o una brisa mojada que es verdad allá lejos, donde la bruma malva y la ternura. Yo sueño con el mar desde esta tierra, y el mar es más azul desde la norma rigurosa, las implacables reglas del desierto y sus inexistentes trenes a la nada.

Olga Bernad

Nota: La fotografía es de Fernando González Seral, a quien agradezco su cortesía por permitirme utilizarla para ilustrar el texto. Fue publicada el pasado 29 de marzo en su blog Los Monegros.

31 comentarios:

Marisa Peña dijo...

¡Paisaje y alma fundidos en uno! La identificación total del YO con la tierra que lo aloja, o que lo vio nacer, o que lo acoge. Hay lugares que se nos cuelan en la piel y van siempre con nosotros. A veces coinciden con el lugar que nos vio nacer, otras veces son lugares donde fuimos felices(o inmensamente desdichados,nunca se sabe) o lugares donde nos llevaron los azares de la vida... Conozco los Monegros. Los atravieso cada verano para ir a Tarragona. Nunca había mirado ese paisaje con tus ojos. Ya no volverá a ser igual. Cuando vuelva a pasar recordaré tus bellas metáforas y todo cobrará vida. Gracias.

Juan Manuel Macías dijo...

Me vas a tener que disculpar otra vez los énfasis, pero es un artículo rigurosamente magistral. Inmenso. Podría glosar una y otra vez todos y cada uno de los lugares donde esa prosa tuya me arrebata, pero sería tan largo y ocioso. Prefiero el Oh, y otra vez la boca abierta. Qué forma de hilar imágenes y de pensar tan lúcidamente con las palabras. Sin dar tregua. Sí, y la verdad. Porque es bueno, diría que imprescindible, que haya desiertos en el mundo. No hay nada más humano que los desiertos, el espinazo de asno de que hablaba Arquíloco (ya que lo citas :-) cuando se refería a su desolada isla. No sé lo qué es el alma, pero estoy convencido de que los desiertos están ahí, con sus normas para darle un sentido y para poder, de alguna forma, tocarla. Pero tú lo dices muchísimo mejor. Hermosísimo texto, Olga. Verdadero. Una vez, una vez más mi más desarbolada admiración. Besos.

ANTONIO SERRANO CUETO dijo...

Hermosa visión, Olga, del desierto de los Monegros. Yo sólo lo conozco de oídas, pero tu texto hace que escale puestos entre mis preferencias. Por motivos profesionales voy con frecuencia a Alcañiz. La próxima vez intentaré desviarme y conocer esa zona. Aprovecho para saludarte en estas calurosas postrimerías del veranos. Besos.

Olga Bernad dijo...

Es verdad, Marisa, el paisaje que nos llega al alma no tiene por qué ser sólo el que nos vio nacer (fíjate lo que me pasa a mí con el mar.-) Hay algunos inmediatamente amables, y otros un poco más incómodos. Pero mis ojos se acostumbraron a querer esta tierra a fuerza de mirarla y no me resulta nada fácil expresar la mezcla de cosas que siento. Me gusta mucho lo que me dices: que tú nunca habías mirado así ese paisaje. Tal vez ahora lo veas de otra manera, y ése es el mejor halago para mí, pero sobre todo para los Monegros. Merecen una mirada, Marisa, lo creo de verdad. Muchísimas gracias por tu visita.

Olga Bernad dijo...

Bueno, Juan Manuel, te perdono los énfasis todas las veces que quieras.-)
Sí, es bueno que haya desiertos en el mundo y que no todo sean destinos modernamente turísticos y Curros en el Caribe. El mundo es ancho (¿y ajeno?) y los animales solitarios necesitan sus paraísos y sus infiernos. El alma necesita desiertos, no me cabe la menor duda. Los Monegros están ahí también por eso.
Para mí son un asunto casi personal y te aseguro que me daba (y me da) una cierta vergüenza hablar claramente de amor, pero es que es así. No he encontrado mejores palabras. Y me alegro mucho de que te parezcan hermosas.
Besos.

Olga Bernad dijo...

Antonio, me haría muchísima ilusión que te desviases un poco de tu ruta habitual (por cierto, Alcañiz es también un destino frecuente para mí, pero por cuestiones de amistad) y echases una mirada a estos desiertos. Como le he dicho a Marisa, merecen esa mirada, de verdad, es una tierra muy especial. Las fotos de Fernando González Seral son buenísimas, recogen muy bien su sencillez y su misterio. Se nota que su cámara y sus ojos se han quedado, como yo, prendados de su áspero encanto y que siente el mismo respeto que yo intento trasmitir.
Me ha alegrado mucho volver a verte por aquí y que mi texto haya conseguido que el desierto de los Monegros escale puestos entre tus preferencias.
Un beso.

Anónimo dijo...

Ahora mismo me montaba en ese tren inexistente dirección Monegros. Cariño, esta vez no ha sido un nudo en la garganta lo que he sentido al leer tu texto, directamente un torrente de lágrimas me ha dejado moqueando por un buen rato. Las raíces, supongo, tiran mucho sobre todo cuando alguién te revive infinidad de imagenes y recuerdos tan bien como tú.
Siempre me ha gustado esa tierra austera en la que nací, a pesar de ver muchos paraísos en mi modestos viajes por diferentes continentes, la mayoría de las veces sólo me traían memorias de otras tierras menos exuberantes pero mas cercanas, pero hoy, mas que nunca, leyendo "Las reglas del desierto", no puedo menos que sentirme más que orgullosa de haber nacido en la tierra que describes.
Precioso, más que precioso.

Muchos besos emocionados.

Olga Bernad dijo...

Tú eres una peregrina de nacimiento, y lo de montarte en un tren te tira mucho, hermana, incluso en un tren de vuelta. Sabía que iba a emocionarte, y sé que ese torrente de lágrimas es sincero, pero también sé que te cansarías de desierto en tres meses, guapa.
Tus “modestos” viajes te han llevado muy lejos demasiadas veces (más lejos de Australia no se puede ir, de momento, creo). Seguro que desde aquí tendrías un montón de nostalgias enfrentadas. Es una maldición y no hay nada que hacer. Fíjate en mí, que me paso la vida soñando con el mar y, para una semana que estoy en Málaga, me dedico a escribir sobre los Monegros. Incluso publiqué la entrada desde un ciber de allí.-) Sin remedio.
Pero es que el desierto es símbolo y realidad, un asunto inagotable.
Disfruta de lo que quede de esos festivales estupendos de Edimburgo (que ya es nada) y olvídate de melancolías.
Muchos besos

fa mayor dijo...

Betty: he decidido que el desierto de los Monegros será destino pendiente, porque me apetece mucho ver cómo triunfa la vida en condiciones extremas, esa sensación que imagino de soledad devastadora, que te deja a solas contigo mismo y con tus necesidades básicas.
Qué hermoso texto! qué maravilla!
Qué exigencia! Ha merecido la pena esperar.
Condiciones extremas donde no hay lugar para lo superfluo. Espacios y tiempos donde comprendes de qué va lo necesario...
Gracias por currártelo.
Es un placer leerte.
Un saludo, Betty.
Fa.

Anónimo dijo...

Polvo, niebla, viento y sol... y no sé donde hay agua para una huerta, y me dicen que no quieres que te cortejen, así son los Monegros (reescribiendo al “abuelo” J.A. Labordeta).

Espléndida tu descripción de una tierra que se ama en su atrocidad y simpleza, en su austeridad increíble que representa o configura nuestra alma, o yo qué se... nos hace ser como ella a los que vivimos por allí cerca.. Y gracias por enseñarnos la foto del bloguero Fernando, tu enlace me ha llevado a ver sus magníficas fotos.

Quizás ya sepas que un profesor de instituto lleva un empeño personal como entomólogo y ha demostrado que tus simples arañitas y hasta los insectos más modestos son un mundo plural, diverso... e inmenso (¡más de 5.000 especies!) en estas estepas, y ha descubierto y clasificado varias especies nuevas. Vamos que, de desierto, poco. Pero en este maravilloso lugar (para quién tenga aguante) los avaros sólo han visto terreno extenso y barato para montar un nuevo Las Vegas, los jovenzuelos un campo donde se hacen macro fiestas “tecno” y los “frikis” un rincón apartado de las miradas para jugar a la guerra (como he descubierto horrorizado en Internet).

Pero sí que hubo un tiempo que sin ser una selva tuvieron más vegetación, como nos recuerda la mítica y aislada sabina de Villamayor. Si alguna vez tienes la oportunidad de visitar la vertiente norte de la Sierra de Alcubierre podrás descubrir un paisaje bastante distinto con muchas sabinas y pinos, según la zona, formando pequeños bosques. Puedes subir a la cumbre del Monte Oscuro donde su nombre queda justificado por ese color verde tan especial que tienen los árboles adaptados al secano extremo (el color de los Montes-Negros). En la cumbre de este monte y otras zonas de la sierra todavía se pueden ver trincheras (éstas con inscripciones anarquistas), dónde hubo una guerra de verdad que la gente padeció (y quienes maldecirían de esos montajes peliculeros y absurdos que hacen los frikis aburridos).

Al final acabaremos quedándonos con la imagen los montes desolados de yesos, arbustos y cereal agostado, recorridos por “carreteras secundarias” y alguna carretera nacional de camiones y puti-clubs con toro de Osborne que nos pintó Bigas Luna.

Sí, realmente este fondo desnudo y sobrio es adecuado para poder representar cotidianamente la obra de nuestras vidas. “De esta tierra hermosa, dura y salvaje, haremos un hogar y un paisaje”

Olga Bernad dijo...

Sí, Fa, tienes que ir. Estoy segura de que tú tienes aguante suficiente y te sobra sensibilidad. Pero, si te aburres, ese desierto tiene pueblos estupendos. Y, después de todo, no hay nada como conocer gente.-)
Sí que es difícil para mí hablar de los Monegros. Es una tierra dura pero muy viva. Su interés supera el sentimental y el personal y poético, que es el que persigue mi texto. Por eso me alegro de que te haya resultado un placer leerlo, pero esta tierra es mucho más. Hace unos años se hizo una cosa que se dio en llamar el Manifiesto científico por los Monegros, donde más de 500 científicos e investigadores pedían la declaración de la zona como protegida. No me resisto a copiarlo, mira lo que dicen:
“Los Monegros son un ecosistema singular, maduro, único en Europa, cuya riqueza biológica ha demostrado ser excepcionalmente importante en términos cuantitativos y cualitativos. La biocenosis documentada de Los Monegros sobrepasa las 5.400 especies biológicas, cifra superior a la conocida de cualquier otro hábitat nacional o europeo, presentando el mayor índice de novedades taxonómicas (nuevas especies para la ciencia) de toda Europa en lo que va de siglo, con un alto grado de endemismos y citas únicas para el continente y con numerosos ejemplos de distribuciones biogeográficas y adaptaciones ecológicas novedosas de enorme interés científico. No existe, con datos objetivos y contrastados, ninguna otra zona o espacio físico en nuestro territorio nacional, y tal vez en toda Europa, que pueda siquiera compararse a las singularidades, novedades, rareza y riqueza biológicas que hoy están documentadas científicamente de Los Monegros”.
En fin, anímate y nos lo cuentas.-)
Besos, guapa.

Olga Bernad dijo...

Ay, Blackbird, lo sabía.-) Por eso me ha costado veinticinco entradas. Para mí el desierto es un símbolo, es todos los desiertos y éste. Un símbolo como el mar, que es todos los mares. Pero éste es una realidad cercana que escuece, ya lo sé. Yo sólo la he acariciado un poco, mansamente, pero esta tierra no quiere que la cortejen, como decía esa vieja canción de nuestra infancia (¿no era de la Bullonera?, corrígeme, no estoy muy puesta), quiere que la festejen. Tal vez porque cortejar es sólo una tarea galante, y “festejar” se usa mucho por aquí para nombrar lo que hacen los novios: dos que “festejan” son novios, se acaban casando. No quiere que le bailen el agua (tiene poca), quiere compromiso y alguna satisfacción. Sobre lo de las Vegas se oye de todo, sólo espero que no se acabe regalando este desierto que no es tal y, si se hace algo, redunde en beneficio de quien debe; pero esos Rambos que vienen a jugar a la guerra son el colmo de mi desesperación. Yo también he visto las fotos de esas bandas de gilipollas. Y me hacen pensar que tal vez sea cierto que todo hombre lleva dentro un homicida en potencia. No sólo ellos. Prefiero los puti-clubs, me parecen por comparación un mal menor, una forma menos hortera y más natural de entretenerse. Y el viejo toro de Osborne me gusta y todo, está integrado en el paisaje.-)
Digna hasta en la humillación, Black, qué remedio. Como otras partes de nuestra geografía, “hermosa hasta en el cierzo y en el hambre y en el oscuro verso” (¿era así?).
Saludos.

Anónimo dijo...

Gracias Olga por dedicarle una entrada a Los Monegros, tierra que te llega al alma. Toda la vida viviendo a dos pasos y hasta el día que leí tu entrada no me había parado a pensar en lo que realmente tenemos. Que en el secarral que se ve a simple vista hay vida, y mucha (difícil de ver de un vistazo). Fíjate, más de 5.000 especies como decía mi buen amigo Blackbird. Sin embargo no es el mejor lugar para vivir. La vida ahí es más cara que en ningún sitio (y no lo digo por la hipoteca). En esa tierra dura y seca donde el agua brilla por su ausencia o tienes una estrategia de supervivencia o lo llevas claro. Y el dinero no vale (aunque ahora unos cuantos le quieran sacarle partido, qué triste).
Me parece precioso cómo has descrito este paraje y me ha impresionado cómo te las arreglas para hacer que una telaraña se convierta en una joya. Con el asco que me dan a mí los bichos y me han dado ganas de colocarme uno de esos ”...collares alambicados propios de una princesa... Abalorios de perlas de agua...” Me dejas de piedra cuando leo esas cosas. Muy bonito tu texto, y el blog de F.G. Seral impresionante. Con tu entrada y sus fotografías es imposible no sentir algo por la extraña belleza de Los Monegros o que hasta te lleguen a rozar el alma.
Muchos besos

Antonio Azuaga dijo...

Sería injusto si guardara silencio. Llego tarde a esta ronda, aunque ya sabes cuánto me han impresionado tus últimas entradas… Pero es impropio afirmar esto. Porque no han sido las “últimas”: desde el primer renglón que te leí, está abierto el portal de mi admiración, lo que pasa es que ya no tiene puertas por lo que es imposible que se cierre.
Hay paisajes que al contemplarlos sólo puedo callar y sentirlos; y hay textos que tras leerlos… me sucede igual. Éste es un de ellos. Aunque sea injusto, guardaré silencio.
Un saludo (en voz baja).

Olga Bernad dijo...

Muchas gracias, Iseo, por todo lo que dices. Estarías guapísima con uno de esos collares alambicados hechos de perlas de agua y telarañas. Tú no eres una princesa insubsistente.-) Me alegro de que hasta tú, que vives al lado, mires de otra forma estos desiertos. No sé si has visto en el blog de Fernando las fotos de las telarañas mojadas, tiene dos o tres preciosas publicadas en el mes de junio. Yo las descubrí por casualidad, buscando imágenes de los Monegros para enseñárselas a un amigo que no conoce la zona. Verlas me ayudó a decidirme, por fin, a escribir esta entrada; eso y aprovechar las vacaciones, porque sabía que me iba a costar. Nunca he puesto fotografías a mis textos y no creo que lo vuelva a hacer, pero esta vez me hubiera gustado ponerlas todas. Quizá hubiera sido un abuso por mi parte.-) aunque él me dio permiso para usarlas, pero con el enlace en la nota final podéis ir a verlas “in situ”. Dice que sus fotos son la poesía que no sabe hacer. A mí me parecen poesía y me alegro mucho de que también te gusten.
Muchos besos. Nos vemos pronto.

Olga Bernad dijo...

Antonio, a mis entradas les falta algo si no vienes, es que estoy muy mal acostumbrada. Pero tienes derecho a hablar o a guardar silencio, supongo.-) Mi mar de agosto se quedó un poco huérfano, aunque te lo perdono por Roma y tus desconexiones cíclicas (o espantadas:-). Pero es una alegría que hayas vuelto a tu Imaginaria y aquí. Esta manera de guardar silencio está muy bien. Hace mucho ya del primer renglón y los importantes son los que vengan, todo lo que quede por decir.
Muchísimas gracias, y un beso.

MªTeresa Gómez Puertas dijo...

Magistral articulo,entro en este blog de la mano de mi amigo y compañero de afición Fernando que nos ha descubierto Monegros que de su mano se vuelven misteriosos y magicos..Entre los dos conseguireis que mas de uno terminemos prendados de una tierra que nos la llevan vendiendo como fea e inospita desde hace años.

Olga Bernad dijo...

Muchas gracias, MªTeresa. Yo creo que el encanto de esta tierra es poco convencional pero es profundo. Saberla mirar es importante. Supongo que vosotros los fotógrafos tenéis menos problemas para saber mirar, tenéis una mirada especial. Contarlo es complicado, se mezclan muchas cosas y hay que limpiar el pensamiento y las palabras, algo así, para que respire lo que uno quiere. Me gustan mucho tus fotos de la Expo (también intenté escribir una entrada sobre eso.-)
Bienvenida a este blog. Espero que vuelvas.

Marta dijo...

Madre mía, qué texto tan impresionante! Ay, Olga, cómo escribes!
Un abrazo.

Olga Bernad dijo...

¡Marta! Cómo me alegra que vengas. Quería decirte una vez más que no desaparezcas en combate, y no me parecía bien insisir con más de un comentario:-) Descansa si lo necesitas, pero vuelve. Gracias por darme la oportunidad de hacerlo. Y también muchas gracias por lo que dices de mi texto.
Un abrazo.

samsa777 dijo...

Es un texto sobrecogedor.
Qué bueno volver de mis largas vacaciones bloggeras y encontrarte en plena forma.

Un saludo

Olga Bernad dijo...

Pues mira, acabo de volver de un corto viaje de fin de semana, un poco triste por este agosto que se acaba y sin muchas fuerzas para todo lo que comienza ya: trabajo, colegio, días cortos y el invierno al fondo (ay)…pero me has dado una alegría con tu vuelta a tu blog y al mío. Mejor recomenzar, aunque sea como Sísifo, qué vamos a hacer si no.
Gracias por la visita y las palabras.
Un saludo, Samsa.

Marta Fernández Olivera dijo...

Me has hecho de nuevo viajar hasta los Monegros, que tengo presente casi cada dia...yo he nacido y vivido aqui, en el mar, y en cambio siento algo muy especial por ellos, que fueron los que me invitaron a salir, a hablar, ha expresar y sacar de dentro hacia afuera, ellos me cogieron de la mano y me acogieron en su casa, me acariciaron como una madre, con suavidad y ternura.Y yo me converti en tierra, alacran, polvo, buitre, cielo....
Tengo ganas de volver a esa tierra, a estirarme en ella y dejar que el cierzo sacuda mi cuerpo, sentir su calor que arropa a desconocidos dandoles la bienvenida, dejar que su barro me acaricie mis pies descalzos..fue tan maravilloso....Gracias por este texto tan sentido, tan descriptivo, tan maravilloso.
Marta

Olga Bernad dijo...

Pues parece, Marta, que somos complementarias. Yo vivo muy cerca de los Monegros, pero siento algo muy especial por el mar. Tú vives en un lugar con mar pero eres capaz de sentir y querer estos desiertos y, sobre todo, de sentirte acogida por ellos. Uno es de donde es, pero también de donde elige ser. Total: que somos paisanas:-)
Gracias una vez más por esa lectura atenta a todo el blog.
Saludos.

Marta Fernández Olivera dijo...

Pues si uno es de donde quiere ser, de donde se siente bien, y puedes ser de muchos sitios, el mundo es muy grande para ser sólo de donde se nace.
He colgado un poco de Mar en el blog para que lo veas y lo sientas.

Marta

Gemma dijo...

Me cuelo en secreto por esta maravillosa entrada para festejar con el resto de comentaristas el magnífico autorretrato que esbozaste, tan desnudo y tan lleno a un tiempo. (Y tan poético:
"El charco se hace barro; y el barro, tierra prieta, porque el sol, tan atroz como el cielo y todas las tormentas, insiste en caer de lleno sobre las humildes llanuras sin defensas.")

(Sigue enlazando tiempos pasados, Olguísima; consigues hacerlos muy presentes).
Un fuerte abrazo
PS: Yo conozco Calaceite (Calaceit, que dicen ellos), Alcañiz y Valderrobles. Son estupendos).

Olga Bernad dijo...

Ya casi hace una año. Increíble. Todo el mes de agosto del año pasado lo dediqué a darle vueltas a este texto. Curiosamente, lo acabé en el mar. Lo colgué desde un cíber de Málaga.
Ha sido uno de los textos que más satisfacciones me ha dado. Fernando lo dejó en su blog, en un lateral, está ahí acompañando siempre a sus fotos del desierto.
Muchas gracias por leer hacia atrás, Gemma.
Me he puesto un poco melancólica, fíjate;-)

Isabel dijo...

He seguido la sugerencia de Gemma, a la que desde aquí doy las gracias por enlazarte.

Me ha permitido dos cosas, primera: disfrutar de tu maravillosa visión de este desierto expresada con tan bellísimas palabras y,
segunda: comprender mejor esa panorámica impresionante que se abrió ante mis ojos cuando el año pasado lo sobrevolé de camino a los pirineos aragoneses.

El gran corte de un cerebro humano, eso me pareció. Ahora sé también lo que se cuece dentro.

Gracias

Olga Bernad dijo...

Muchas gracias a ti, Isabel.

El gran corte de un cerebro humano... Tengo que contárselo a Fernando;-)
Me alegro mucho de que te haya gustado, Isabel; bienvenida.

pedro a. cruz cruz dijo...

Gracias por mostrarnos un blog tan bello e interesante.

Olga Bernad dijo...

Gracias a ti, Pedro, por acercarte a leer.
Bienvenido.