lunes, 29 de septiembre de 2008

La terrible virtud de ser inolvidable



Noches hubo en que me creí tan seguro de poder olvidarla

que voluntariamente la recordaba. Lo cierto es que abusé

de esos ratos; darles principio resultaba más sencillo que

darles fin.

Jorge Luis Borges, El Zahir


Moneda o ser amado, poema o canción, tigre rayado o sable poderoso, el sujeto que atrapa nuestro pensamiento juega con nosotros. Somos su presa y nuestra mente el lago azul o negro en que su imagen, su concepto, su voz o sus palabras se repiten y doblan, se reflejan como si fueran ciertos mil veces, vuelven a ser y siguen siendo hasta convertirse en obsesiones. La cordura, los horarios, las frases hechas y la filosofía, todo lo razonable, sólo son piedras lanzadas inútilmente contra la superficie del lago, intentos infantiles de hacer desaparecer la imagen impresa en el deseo o en el alma. Sólo es cuestión de tiempo que el agua lisa vuelva a reflejar lo que quiere y sepa ser espejo de nuestros pensamientos.


A veces el camino es perderse en ellos, zambullirse desnuda en el estanque ciego, repetir un nombre hasta que no signifique nada. Gastar el Zahir a fuerza de pensarlo, decía el maestro. Pero el Zahir es lo inolvidable, y lo inolvidable puede enloquecer. Detrás de cada ser inolvidable (el notorio, el visible) Borges intuía la existencia de Dios, quizá para consolarse. Por eso al decir “Zahir” pronunciamos uno de sus noventa y nueve nombres.


Cada obsesión es un trozo de amor destartalado, el reflejo imperfecto y tenaz de una arquitectura que sabemos perfecta, un barco que se hunde para siempre, una caricia o un zarpazo de inmensidad que no cabe en la cabeza. Pero es un poco de inmensidad, la sombra de la rosa.


Olga Bernad

Nota: La imagen es cortesía de Mª Teresa Gómez Puertas, fotógrafa zaragozana integrante del Circulo Fotográfico de Aragón . Fue publicada en su blog el 15 de junio de 2008 con el título Reflejo de la Casa Mateus (Portugal)

jueves, 25 de septiembre de 2008

Noche de otoño

Hoy quiero un beso largo
y una lengua perdida por mis manos,
quiero morderte el cuello
y jadear adentro de tu aliento.
Quiero quedarme quieta sobre el mundo
y moverlo al compás de lo que siento
y agotar las reservas de tus venas.
Quiero que busques algo sobre mí
como si realmente
pudieras encontrarlo.
Sólo más, nada más, y tan aprisa
como se escapa el cielo
en una interminable borrachera;
tan despacio como se acaba un árbol
bajo los mil mordiscos
de las heladas negras.
Más luz, más paz, más tercas melodías,
más sed y oscuridad sobre mis piernas,
zarpazos de lamentos y caricias,
recuerdos imperfectos de otra vida.

Y al final quedarán entre tus dientes
mis labios recordando
lo que dices en sueños
y mi piel inventando lo que sueñas
a golpe de caderas y de estrellas.

Olga Bernad

domingo, 21 de septiembre de 2008

Belleza y compasión

Aunque la compasión goce de mala prensa, esté reñida con la altivez y todos los parapetos que ponemos ante el mundo y aunque siempre digamos “no quiero que me compadezcas”, yo creo que cada vez que hablamos pedimos compasión. Está en nuestras plegarias y en todos los deseos.

Hacemos mil cosas para sobrevivir y proteger nuestra débil presencia entre los otros, algunas muy raras. Pensamos mentiras, cuentos, dioses, ciudades y normas, historias de amor. Muchos dioses inventados son crueles y hermosos, indiferentes, tal vez porque fuera del sentimiento puede comprenderse mejor la pureza, algo sin mancha que se mantiene a salvo de la vulgaridad, algo más alto que nuestra miseria, ajeno a nosotros y, sin embargo, algo que llena ese frío espacio de nuestra imaginación en el que parece resguardarse una cierta belleza, altiva y solemne, inaprensible pero viva.

También el Dios que nos alumbra fue imaginado a veces como un dios terrible y solamente perfecto, desdibujado por el tiempo en su mandorla, el pantocrátor lejano e inaccesible que señalaba la justicia con su dedo vengador y misterioso. La bendición del poder. Necesitamos la justicia tanto como la belleza, pero el miedo de los hombres tiene límites hechos de tedio e inconstancia y, sólo vestido de justicia y castigo, sólo lejanamente bello y terrible, sólo poderoso, le hubiéramos olvidado o convertido en literatura.

Creo que Dios sobrevive porque está cerca y se compadece, y porque en todo momento puede haber alguien que lo sienta así, tan cerca que se mete en el corazón.

Olga Bernad

lunes, 15 de septiembre de 2008

Ejercicio literario nº 29

Cuando alguien me cuenta una tontería y no sé qué decirle, acabo sugiriéndole que la escriba. Es una de las muchas vilezas que cometo. No he encontrado persona que no crea que la actividad continuada e insignificante de su memoria atribulada, o de su corazón, o de su metafórica conciencia, merece la verdadera pena de ser puesta por escrito. Me incluyo en la fiesta de la confusión con el agravante de que a mí no hace falta que me lo sugiera nadie. Con el tiempo he intentado que en el ejercicio de la escritura haya un entendimiento más o menos cordial entre el vómito y la belleza. Es lo único que puedo decir en mi favor, aunque no sé si es mucho.

Pero a veces hay sucesos (o incluso textos) con los que nos topamos y nos obligan a ir más allá, o tal vez a pararnos. Pararse a pensar sobre la palabra, como haríamos en una iglesia silenciosa y vacía, a solas con la luz, apoyados en la sombra de los muros, es un acto de honestidad y valentía. Mantener el valor es otra cosa. Apenas salimos al ruido y al frío, los mismos vicios amables nos circundan. Siempre vuelvo a fumar, siempre quiero dejarlo. Y siempre vuelvo a escribir. Pero no he conseguido ir más allá de lo evidente, me da mucho miedo que no haya final ni caminos de vuelta ni entendimientos cordiales con los que consolarse.

Me da pánico andar por la llanura helada de la estepa que tengo en la cabeza, totalmente visible y expuesta, sin abrigo, sin carpeta a la que agarrarme, sin amores que sonrían, sin tabaco.

Olga Bernad

martes, 9 de septiembre de 2008

Apuesta



Cuando ellos empezaron a tocar, yo tenía 15 años. Con el tiempo me fueron gustando aquellos rockers sin complejos a pesar de que mi novio hablaba muy mal de ellos, porque mi novio era mod. Pero, entre Quadrophenia y Quadrophenia, sus canciones se metieron en mi memoria y yo me las guardé en el corazón porque tenían la misma tristeza y la misma rabia que siempre me acompañaban; también la dulzura y un desencanto que a veces era amable y hasta gracioso y, otras, sólo absurdamente desolador. Sin demasiadas pretensiones pero con más seriedad de la previsible, esas canciones comenzaron a crecer e incluso flirtearon con el éxito. Aquélla era una época falsamente inofensiva, y la libertad y el placer que parecían infinitos y nos condenaban a vivir, como la primera juventud, como el mareo agradable de una borrachera, acabaron por convertir en verdad los peores presagios. Tal vez perdieron su apuesta, no lo sé. Tal vez no iban a ningún sitio.

Cuando leí en el periódico la noticia de la muerte de Mauricio Aznar, comenzaba el otoño del año 2000, aquel año que apenas meses antes sonaba a futuro impredecible y pasó a ser historia melancólica con la misma normalidad de cualquier otro. Me sorprendió lo triste que me puse, me entristecí como si se me hubiese muerto alguien conocido. Me pareció que todas las calles del barrio envejecían y mostraban la verdad: que el tiempo y la ciudad eran asuntos sucios y yo una mujer de treinta años que empujaba por primera vez un carrito de bebé. Definitivamente, las cosas eran como eran y en cada paseo iba dejando atrás la juventud inmortal e interminable y las canciones que habían sido la banda sonora de una especie de adolescencia inacabada.

Pero se había acabado mucho tiempo atrás y ya nunca iría solamente donde quisieran mis botas, ya nunca escaparía de la vida: estaba atrapada por el amor más tierno y más real que existe. Sin embargo, una chica morena y furiosa, infinitamente sola y confundida, me miró con rabia y con desprecio, con el gesto beligerante de su elegida vuelta atrás. Y no la he vuelto a ver. Se largó hacia el mar, seguro, porque al Este del Moncayo sólo hay sed y el desierto para correr. A veces quisiera mandarle violetas a alguna dirección inventada.

Hacía demasiado tiempo que todas las advertencias iban en serio: nosotros también nos moríamos y yo acunaba a mi hijo; y ya no estaba hecha sólo de futuro y ganas, tendría que haber un sitio para el deber, las renuncias y las despedidas. Y para tragarse la tristeza que no se puede confesar. En aquel momento seguí tomándome el café como si nada. Mi madre nunca supo quién era ese chico, todas mis amigas estaban trabajando y mi hermana se había marchado ya. Luego fui caminando hacia el parque de La Granja, me senté en un banco a esperar que Víctor se durmiera y estuve un rato llorando tranquilamente, pensando apuestas que ganarle al porvenir.

Olga Bernad

Nota: Más birras fue un grupo de rock zaragozano que existió de 1985 a 1993, liderado por Mauricio Aznar. La canción Apuesta por el rock and roll fue incluida en su mini LP Al Este del Moncayo.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

No volver

Si ahora no pudiéramos volver
ni querer ya pensar la luz o el alba,
tampoco este silencio mataría.
Tal vez sea mi casa esta locura:
las frescas gotas sobre la garganta,
la luz ausente y, fuera, la tormenta.
Y Dios dormido, triste y olvidado.
El placer del recuerdo y las miradas,
la larga noche, la palabra nunca,
el tiempo que se muere en cada gota
con su temblor de lágrima que arde
y quiere recordar algún deseo.
Son pequeñas las llamas que me lamen
la cara y las palabras, y me dicen
que es tan duro apagar alguna hoguera
como dulce dejarla que se extienda.
Era cuando quemábamos el campo
y no nos importaba la cosecha,
ni el humo ni el dolor ni la tragedia.
Tan sólo verlo arder, el campo ardiendo
y la hoguera salvaje de mi alma
limpia como esas llamas sobre el campo,
incapaz de pudor, ardiendo en calma.

Olga Bernad