lunes, 28 de mayo de 2012

Presentación de "El mar del otro lado" en Zaragoza

Fotografía: Angós

Gracias. 
A Antón Castro y Mariano Ibeas, que me acompañaron en la mesa, y a todos aquellos que llenasteis la sala de Fnac y no os importó estar de pie.

Fotografía: María Teresa Gómez Puertas

A María Teresa, siempre atenta (y artista) por detener este momento:


A Angós, que atrapó este poema leído por Antón:



A María y Faustino, del grupo María Confussion, que dieron vida a mis poemas con su voz y su música.  El vídeo no se deja subir (de momento) pero también la cámara de María Teresa me los guardó en esta imagen:




Artes & Letras (Heraldo de Aragón 24/05/2012)
Gracias a los que durante estos días, antes y después de la presentación, os habéis hecho eco de ella en vuestros blogs o en vuestros muros de facebook.. A Fnac, a la Asociación Aragonesa de Escritores,Mariano Ibeas, a La tinta que borra la memoria, a Fernando Sarría, a la revista Artes&Letras, a Carlos Alberto Gamissans.

A Luis Vea, que dejó una reseña en La Biblioteca imaginaria, a Alejandro Pérez Guillén, que me sorprendió también esta semana con otra reseña sobre mi primer libro... y, muy especialmente, a unos chicos que me hicieron sentir Todo  AQUÍcontando cosicas. 

Nota de 11 de junio: Un poco tarde, añado como recuerdo (¡por fin!) este vídeo de María Confussion leyendo y musicando uno de mis poemas.  Qué bien lo hace, a pesar de que no se oye muy bien.  Y también guardo un minuto escaso de mi intervención.  No he podido salvar mucho más, pero aquí queda. 


viernes, 18 de mayo de 2012

Cuarto cumpleaños del blog y próximo libro


 

Este libro recogerá sesenta y siete prosas publicadas en Caricias perplejas durante el periodo que va desde mayo de 2008 a mayo de 2012.  Formará parte de la colección Álogos de Siltolá, una iniciativa pionera que ha editado ya una veintena de blogs de muy diversa e interesante autoría y cuyo catálogo podéis consultar aquí.

Cuatro años es mucho tiempo, pero esta bitácora nunca fue muy prolífica. No ha habido prisa ni, de momento, ha habido pausa significativa. Encontró algo parecido a su propio ritmo dentro de este maremagnum virtual que es a veces un poco ensordecedor.  No alcanza todavía las doscientas entradas. La selección se ha limitado a dejar fuera los poemas (ya publicados con anterioridad) y todas aquellas prosas no literarias, es decir, aquellas que se ocupaban de dar noticia o información sobre algún evento.   También se ha excluido la primera, la que inició todo este asunto aquel 18 de mayo de 2008. He preferido dejarla estar ahí, flotando en la extraña tela de araña que la atrapó y la hizo crecer.

El libro guardará, por tanto, buena parte del blog. El título se ha tomado de una de las entradas y el orden de publicación respetará el cronológico.  Los textos no buscaban ser apropiados para un formato o para otro, buscaban ser ellos mismos y encontrar un sitio: la red y algunos lectores se lo dieron. En septiembre sumarán otra forma de recepción, la que nos ofrece un libro impreso.   

Estoy contenta por celebrar el cuarto cumpleaños de Caricias perplejas con el anuncio de un regalo que las volverá de papel. Todo mi agradecimiento a Ediciones de la Isla de Siltolá, a Javier Sánchez Menéndez y a los que me habéis ayudado, con vuestra lectura y vuestra compañía, a construir este blog.

Hace tres años: Un año de blog
Hace cuatro años: Ella y yo

De momento, aún tenemos que presentar El mar en Zaragoza.  Os esperamos AQUÍ.


viernes, 11 de mayo de 2012

Todos los héroes (Nothing compares 2U)


Todos los héroes eran hombres solos
(los recuerdo en el cine y en los cuentos).
Mad Max y Máximo,
Satán y don Quijote
no tenían mujer, o la perdieron
o quedaron vagando ciegamente
en el infierno de inventarse una.
Casi siempre me aburren sus historias.
Los quería a pesar de sus historias
porque, pese a las trampas de la historia,
todos los héroes eran hombres tristes.


Dos próximas citas, si gustáis: 




viernes, 4 de mayo de 2012

Demonios en el jardín




Mi abuela Felisa decía que si no existieran los ricos, ¿de qué íbamos a vivir los pobres?  Lo decía con el convencimiento brutal de la simpleza.  Es justo al revés, pero en esa inversión de la lógica ella demostraba poseer sobradamente cosas que ahora los psicólogos no se cansan de nombrar: inteligencia emocional y resiliencia.  Una mezcla de buena fe, aguante y desamparo. Desde los ocho años se ganó la vida trabajando en casas ajenas, trabajando para otros por casi nada.  No perdió un minuto en odiarlos.  No podía permitírselo.  La conciencia social la hubiese llevado a un purgatorio estéril porque ella no tenía ninguna posibilidad de cambiar su realidad y necesitamos no sé si amar pero, al menos, no odiar todo lo que nos rodea.  Hablaba de sus señores con sincero cariño. Crecí sin poder entenderlo.

Seguramente, en lo personal,  la trataron razonablemente bien.  Aquellos buenos cristianos no encontrarían ni motivos para tener mala conciencia, que es una cosa que suele empañar mucho las relaciones humanas. Pero eso es dar carta de naturaleza a lo indigno y a lo injusto. Cocinar un sancocho con el concepto de caridad y el de explotación y el de así son las cosas.  Para mí aquellos tiempos son un símbolo oscuro que me hace ver algunas cosas muy claras. No lo puedo evitar. Puedo decir en mi favor que, conscientemente, no he permitido que nadie manipule ese tipo de sentimientos y que procuro que mis opiniones no estén siempre contaminadas por ellos.  Pero cuesta. Hay situaciones y actitudes que los convocan con la eficacia de un sortilegio dirigido a un demonio expectante. Últimamente, demasiadas.

Me digo a mí misma que debo controlar mis prejuicios, pero a lo mejor todo es mucho más simple: tal vez no quiero pensar en ello porque es más cómodo aceptar lo inaceptable cuando lo inaceptable parece imposible de cambiar. Me siento mal si me dejo llevar por esos sentimientos y  me siento peor si intento ahogarlos, como si traicionase algo. 

Si tuviese la inteligencia emocional de mi abuela o, en su defecto, la simple caradura de muchos políticos, la autoridad que se regalan a sí mismos algunos escritores o la seguridad de los opinadores profesionales, me convencería a mí misma de que tengo el derecho –o hasta el deber moral y todo- de pensar lo que pienso, de que tengo razón; dejaría de preguntarme cosas y a lo mejor le sacaba algún partido, siquiera literario, al asunto.  El problema es que la injusticia me sigue preocupando, incluso la mía.  Y que el conflicto (interior) es mi casa. Si no, ¿por qué hablar de esto? ¿Por qué así?