jueves, 20 de octubre de 2016

Gonzalo Gragera, sobre "Perros de noviembre", en OCULTA- REVISTA LITERARIA



Para estos días de octubre, primeros del otoño, la compañía de Perros de noviembre. Con este título, Olga Bernad (Zaragoza, 1969) publica su cuarto libro de poemas en la editorial La Isla de Siltolá. Una obra que se suma a los poemarios Caricias perplejas (2009), Nostalgia armada (2011), El mar del otro lado (2012), a la narrativa  de sus dos novelas, Andábata (2010) y El buen amor (2013), y a una recopilación de textos en prosas: Algunos cisnes negros (2013). En esta entrega que nos ocupa, Olga Bernad mantiene un estilo uniforme en todo el conjunto, sin ruptura en el tono y el propósito de los poemas, aunque estos se lean de manera independiente, sin ninguna conexión temática entre ellos. De estilo, en cambio, sí, que no es poco. Ahora que tan de moda están los libros de poemas unitarios, casi con presentación, exposición de hechos, nudo, trama y desenlace, Bernad logra un paso más, algo original, o al menos poco usual, y meritorio: mantener, desde la total corrección formal en la ejecución del poema, una única impresión, pero sin renunciar a la dispersión de cada unidad, de cada poema en el discurso de la obra. Una dispersión que, lejos de provocar distracciones y despistes, ayuda a comprender la finalidad y la esencia en el estilo de la autora.
Las palabras y las imágenes, muchas de ellas espléndidas, se sostienen sobre un significante que ni es previsible ni se corresponde, en ocasiones, con su significado, pero que alcanza paisajes y caminos propios y ricos, aportando una pieza nada accesoria al engranaje de la poesía: “La rosa blanca sobre fondo adverso, / la rosa blanca de los hospitales. / Tú, la gota de sangre sobre el suelo / -la llevas dentro y se ha caído al suelo-, / la lágrima de ti, la mensajera”.  El rasgo general de Perros de noviembre es el de un hermetismo que convive y respira con la cercanía del lector, que no aísla el lenguaje del poema para producir una introspección tan oscura como vacía, que no vacila en el prosaísmo y la nadería, como leemos en su poema No fear: “Me asusta / prostituir palabras para evitar verdades / que no se marcharán. / Y me asusta el silencio y las palabras / que arrojo hacia el silencio cuando la vida calla, / pues cicatrizan mal / las heridas abiertas con un cuchillo sucio”. La dicción, solemne y llena de musicalidad, comparte espacio con una cierta tendencia al aforismo, como en estos versos de Las maravillas huérfanas: “Los amores  a solas son ciudades urgentes / que nuestro corazón levanta mientras dobla / las rodillas en el rincón más cierto / de la verdad extraña que lo habita”.  O estos otros de Toda la historia: “y la memoria es / vestido y piel privada, / libro que fue y espera / y páginas en blanco para todos”.
La poesía de Olga Bernad concibe el modo de Horacio: dulce y útil. En todo el libro se conjugan estas dos categorías, estas dos etiquetas. Y resumidas en una cohesión estética que se prolonga por todo el conjunto. Las combinaciones en poesía son peligrosas, un equilibrio del que es complicado salir bien parado. Aunque la poeta nos diga que “escribo para amar”, con Perros de noviembre nos demuestra que hay mucho más en la voluntad de esta nueva publicación.

Gonzalo Gragera

Enlace a la revista: http://www.oculta.es/poesia/olga-bernad-perros-noviembre/